París me sorprendió: desde el primer momento que llegué, sentí una energía con la que conecté. Tomé un bus desde el aeropuerto al centro y luego hice 3 conexiones de subte para llegar al hostel que estaba casi cayéndose del mapa de la ciudad.
El metro es muy lindo, el más antiguo del mundo, me hizo acordar a la línea A. El metro conecta todo con todo, es una red inmensa.
Luego de tirar las cosas en el hostel, me dirigí a mi primer destino: la tumba de Cortázar en el cementerio Montparnasse. Claro, esto no fue tan fácil: en París hay otro cementerio famoso, el que van a visitar todos los turistas que es Pere Lachaise, ahi está Wilde, Jim Morrison y varios filósofos. Con mi nulo francés, entendí que nadie conocía a Cortázar y que todos me mandaban al otro cementerio.
Pero llegué, y luego de 30 minutos buscando la tumba, la encontré: es muy sencilla, blanca y está con su mujer, Carol Dunlop.
Me quede un ratito pensando en cuantos cuentos y relatos increibles había escrito en esa ciudad y seguí caminando, perdiendome maravillada en las calles de París...
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